lunes, 9 de junio de 2008
La confesión de un muerto
Se dice que una noche a principios del siglo XVII el Abad de la antigua Basílica de Guadalupe vio que entraba un hombre de elegante apariencia que le solicitó la confesión, por lo que el Abad pidió a unos familiares que lo esperaban unos minutos. Después de un rato, el Abad salió con el rostro pálido, y cerró las puertas, por lo que sus familiares se extrañaron y le preguntaron por qué cerraba si el hombre elegante aún no había salido, sin embargo, el Abad se negó a contestar y los apresuró a dejar el lugar.
Ya en casa de los familiares, uno de sus sobrinos le preguntó al Abad qué le había pasado, sin embargo, el Abad llevó su mano derecha hacia su oído, haciendo notar que se le dificultaba escuchar. Después de que el sobrino le hiciera nuevamente la pregunta, el Abad le respondió que el hombre que había entrado a la Basílica horas antes era un muerto que había venido de ultratumba para confesarse, y que después de escuchar la confesión había tenido dificultad para escuchar por el oído derecho.
El Abad nunca pudo contar lo que le había dicho el misterioso personaje, guardando el secreto de confesión, quedando la duda para siempre.
Beltran Leon Gladys* :P
EL ZAPATERO Y EL CAPITALISTA
Ø Fábula
Un día llamo al Zapatero y le dijo:
__Vamos a ver, mi buen Gregorio, ¿Cuanto ganas al año?
__ ¿Al año? __contesto el Zapatero, perplejo__. Dispense su merced, pero jamás saque esa cuenta. No me queda una moneda de una día para otro. Me doy por contento con llegar al cabo del año, comiendo el pan nuestro de cada día.
__Pues bien: ¿Cuánto ganas en un día?
__Unas veces más, otras menos. No seria malo el oficio, si no fuera porque hay muchos días en que no se puede trabajar. Nos arruinan las fiestas.
El Capitalista, que lo que quería era encontrar la forma de que el Zapatero dejara de cantar, le dijo:
__Quiero ayudarte… Toma estas cien monedas guárdalas para una necesidad.
El Zapatero creyó ver reunido todo el oro que la tierra había producido en cien años. Volvió a su casa y escondió en la cueva su caudal y sepulto con el su felicidad y sus cantos.
Perdió la voz en cuanto obtuvo lo que causa nuestras zozobras. Huyo el sueño de su hogar, tuvo por huéspedes afanes, alarmas y recelos. Todo el día estaba al acecho, y de noche si andaba por la casa un gato y hacia el menor ruido, el gato era un ladrón que iba a robarle su tesoro.
Al fin, un día, el pobre hombre fue a buscar a aquel vecino a quien ya no despertaba con sus canciones matutinas, y le dijo:
__ Vuélvame su merced, mis cantos y mi sosiego, y tome sus cien monedas…
La felicidad esta en uno mismo, si nos conformamos con lo que tenemos.
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